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II
El agua seguÃa derramándose sobre el cuerpo desnudo de Sophie.
Los recuerdos dejaron de inundar su mente, mientras deslizaba las manos por su piel, como si ello pudiera curar sus heridas. Lo que vino después.
Se observaba a sà misma en el espejo, a través de una mampara de cristal que le separaba del resto del baño. HabÃa cambiado tanto que, a veces, le gustaba mirar su reflejo e intentar descubrir a esa chica fuerte pero inocente que habÃa sido hacÃa apenas tres años.
Su cuerpo también habÃa cambiado. Y mucho. Aquellos pechos pequeños, a los que nunca habÃa prestado demasiada atención, se habÃan vuelto firmes y habÃan aumentado su tamaño. No eran especialmente grandes, pero Sophie lo preferÃa. También Michael.
Aún recordaba cuando él se lo repetÃa cada vez que hacÃan el amor. Cada vez que empezaban a besarse, él acababa bajando lentamente por su barriga, al tiempo que besaba la piel en dirección a su ropa interior. Luego le acariciaba los pezones y empezaba el descontrol.
Definitivamente, ahora le encantaba su cuerpo, y todo lo increÃblemente excitante que podÃa hacer con él.
HacÃa relativamente poco, habÃa probado el sexo oral.
Como de otras tantas cosas, se arrepentÃa de no haberlo hecho antes.
Era uno de esos detalles que tanto echaba de menos del sexo, sentir la lengua de Michael recorriendo los alrededores de su entrepierna. Él la provocaba, aguantando la tensión hasta que no pudiera más.
A ambos les encantaba llegar al lÃmite.
Luego, cuando la lubricación indicaba que el cuerpo de Sophie lo suplicaba, él empezaba a lamer su clÃtoris y ella gemÃa. GemÃa tanto como podÃa.
Era una sensación de placer absoluta.
Aún recordaba esas primeras escapadas en las que cada nuevo encuentro era una nueva experiencia. Siempre iba a más.
Pronto, ella empezó a poner de su parte y decidió sorprenderle. CreÃa injusto que fuera siempre él quien la excitara.
HabÃan pasado apenas minutos desde que habÃa decidido no seguir recordando todo aquello cuando Sophie volvió a cerrar los ojos y mantuvo el agua de la ducha en una posición que le permitiera la libertad necesaria con la que poder mover sus dedos repetidamente.
Mientras lo hacÃa seguÃa pensando...
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David GarcÃa MarÃn
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